Combatir la educación II


















El uso del término escolarización como sinónimo de educar ha sido tema de gran controversia otra vez en la década de los 90. De todo modos hoy en día es sabido que se puede brindar educación sin escolarizar. 
Otra asunción que estamos acostumbrados a hacer respecto de lo que llamamos educación es la creencia de que esta puede estar desarraigada de su territorio y cultura. De hecho, esto es así y los resultados están a la vista, pues estamos cosechando lo frutos de este adoctrinamiento universalista ( o “separatista”) que llamamos educación. 
La idea de que somos algo separado, de que una parte no es el todo, corresponde a la idea mecanicista del universo. Así como creemos que le cuerpo puede ser tratado en partes aisladas, un hígado, una pierna, un brazo, así lo creemos de todo lo que hay en nosotros, sea que le llamemos físico, mental o espiritual. De la misma manera, una educación separada del entorno (sobre todo des arraigada del ambiente natural, del universo de la relaciones emocionales-sociales, de la cosmovisión de una época o territorio dados y de las imágenes mítico/poéticas que la alimentan) es una educación des-integradora del individuo con su ambiente natural, con su cultura y con su sociedad.

La palabra educación estaba en sus inicios ligada a la crianza y a ese estado de inmadurez relacionado con la imposibilidad de hablar. Un recorrido por los usos y los conceptos relacionados a esta palabra, en distintas épocas nos ayudará a entender cómo se produjo este desarraigo y de qué manera el concepto educación equivale hoy, básicamente a la adquisición de saberes que se consideran escasos y absolutamente necesarios para completar nuestra humanidad. Noten incluso que no importan las cualidades humanas de quien transmita este saber (basta un desconocido que ostente un diploma de maestro) ni tampoco, cuáles sean los contenidos curriculares, o el espacio físico, sino la liturgia de todo el proceso en sí, pues esto es lo que produce la valoración del saber en el imaginario social o el mercado. Lo mismo que el agua bendita, el conocimiento y la adquisición de saberes se trasmutan en valiosos al ser aprendidos por los “canales apropiados”. 

Como explica Ivan Illich en sus trabajos, esta alquimia de los saberes, lo mismo que la alquimia humana, tienen parte de su origen en las ideas de Jan Amus Comenius (1592-1670) quien “dice poseer un método gracias al cual un ejército de enseñantes puede enseñar perfectamente a cualquiera cualquier cosa.(…)La educación comienza en el seno de la madre y no termina sino con la muerte. Todo lo que vale la pena saber merece ser enseñado con un método específicamente adaptado al sujeto. El mundo ideal es aquel organizado de tal manera que funciona como una escuela para todos. Los individuos no pueden acceder plenamente a su humanidad más que si el saber es un resultado de la enseñanza. Aquellos que aprenden sin que se les enseñe están más cerca del animal que del hombre. Y hay que organizar el sistema escolar de manera que todo el mundo, viejos o jóvenes, ricos o pobres, nobles o villanos, hombres o mujeres, aprendan realmente y no simbólicamente o para aparentar” (Ivan Illich, El trabajo fantasma)

Comienza así un derrotero que descalifica todo el conocimiento aprendido de manera autárquica, incluso de manera espontánea o guiado por los intereses personales de  cada individuo estableciéndose el monopolio de los educadores y de todo el sistema educativo (sobre todo lo que debe o necesita aprenderse) acerca del aprendizaje. Esta idea llega a cristalizar bajo la forma de lo que llamamos escuela. Hacia finales del siglo XX, varios los autores se dedican a hacer fuertes criticas a la escuela. Everett Rainer y luego Ivan Illich, quien escribe La sociedad desescolarizada en la década del´70 claramente alertan, en ese momento, que educación y escolarización no pueden ser términos intercambiables. Posteriormente, conducen a Illich, no solo a criticar la currícula oculta de la educación escolar o a la escuela como institución monopilizadora de la educación, sino su liturgia.

Como bien dijo el pensador autríaco, hoy día debemos “reconocer que la educación es un concepto sui generis, inconcebible en otras sociedades (que no sean aquellas que se han occidentalizado) y, por ende, inaplicable a una descripción histórica de su pasado. La educación, como se usa el término en la actualidad, significa aprender bajo el supuesto de que este aprendizaje es un prerrequisito de todas las actividades humanas, mientras que, al mismo tiempo, las oportunidades de este aprendizaje, por su propia naturaleza, son escasas”(sic.)


Previamente publicado en el diario colombiano " El Mundo.com"     Ver nota aquí

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